Comentario
Con una mentalidad propia del mundo medieval, las pinturas de la sala capitular de Sijena responden a un estudio previo, con una invalidad concreta y rigurosamente orientada de acuerdo con el esquema intelectual emanado de una primera idea.
El diseño es conducido hacia un conjunto sin fisuras en el que todas sus partes deben estar perfectamente, imbricadas. En este sentido, la arquitectura se convierte en el esqueleto de unas ideas que paulatinamente van cubriéndolo hasta llegar a esa forma final en la que las distintas articulaciones dejan ver su perfecta organicidad.
El soporte sijenense, para un pintor que se acerca al monasterio para realizar su trabajo, es ciertamente inhabitual o, al menos, no tan frecuente como podrían ser los muros de una iglesia. Por otro lado, la complejidad arquitectónica del recinto que va dividiendo y creando nuevos espacios generados por los arcos apuntados, físicamente entendidos como columna vertebral, supone un notable impedimento para establecer un orden coherente en el esquema compositivo general.
Cabe decir, del mismo modo, cómo salas capitulares con pinturas se conservan en el ámbito medieval peninsular más próximo (recuérdese Arlanza, en dispar entendimiento) y en el más lejano europeo y, por otro lado, se sabe que un buen número de monasterios no dejaron sin color tan importante estancia; sin embargo, también es verdad que no es frecuente someter un programa tan completo a una arquitectura que se hace especialmente difícil.
Ya se ha dicho que los dos grandes ciclos bíblicos resumen esa idea general que se quiere plasmar; sin embargo, Antiguo y Nuevo Testamento son algo más que una lectura lineal del libro sagrado, pues suponen un largo recorrido de significados y anuncios conducentes a la salvación.
En este sentido, la sala capitular sijenense está sabiamente estructurada desde un punto de vista intelectual, pues los tres grandes capítulos del cristianismo están allí desarrollados: la humanidad ante legem, sub lege y sub gratia, esto es, antes de la ley divina, bajo esta ley mostrada a Moisés y sellada con la alianza entre Dios y el pueblo de Israel y, finalmente, el hombre bajo la protección de un Mesías de salvación.
Cabe subrayar una vez más que la lectura de ambos períodos comienza en el mismo lugar al norte de la sala, es decir, la creación del hombre en las enjutas del primer arco y, visualmente enfrente, el nacimiento de Dios-hombre. Ello no es casual por cuanto hay una voluntad de afirmar el paralelo entre las dos grandes primeras páginas, en las que se manifiesta un mismo origen divino para la vida.
También es cierto que el camino a seguir desde un capítulo y otro es notoriamente distinto y así debe quedar de manifiesto. En este caso, la arquitectura es una aliada para los fines del creador intelectual del conjunto, pues el corazón de la sala, es decir, los arcos apuntados, y los muros perimetrales nada tienen que ver entre sí visualmente; incluso podría decirse que se oponen en forma y fondo, hecho éste que servirá para asentar los dos ciclos en dos espacios notoriamente distintos.
De este modo, es físicamente imposible seguir de forma global la sucesión de escenas en las enjutas, por cuanto unas se oponen a otras al ritmo de los arcos. Por otro lado, las situadas en los muros perimetrales, es decir, el Nuevo Testamento, se aprecian en su totalidad desde distintos puntos de la sala y su lectura es continua e ininterrumpida.
Parece clara, pues, la voluntad de someterse al capricho de la arquitectura para hacer notar la importante fractura simbólica entre los dos ciclos bíblicos. En este sentido, el Antiguo Testamento, oculto en las enjutas, representa lo velado y la oscuridad, aquello que todavía está formulándose en las tinieblas, es decir, el mundo de las profecías. El Nuevo Testamento, en los muros abiertos y visibles, muestra lo desvelado y la luz, el mundo de la revelación, esto es, el Salvador.
Es evidente que la idea matriz de la composición se basa en el principio genérico del pecado y la salvación. En este sentido, conviene recordar las escenas de un ciclo y otro que se han escogido para subrayar precisamente este camino que conduce a una esfera distinta dentro de la concepción del conjunto sijenense, por cuanto, si se quiere, se personaliza más la capacidad de su creador al elegir unas escenas y rechazar otras. Al mismo tiempo insiste notoriamente en ciertos capítulos frente a otros, lo que viene a indicar la formación del autor intelectual del proyecto.